A finales del
siglo XIX la escritora gallega Emilia Pardo Bazán emprendió un viaje al Levante
español con el objetivo de conocer estas tierras. Sus impresiones sobre lo que
había visto las plasmó en unos artículos titulados “Por tierras de Levante” que
aparecieron en la publicación “Letras de Molde” entre el 15 de enero y el 11 de
marzo de 1900.
El viaje en
tren, que se inicia en Madrid, la trae hasta tierras murcianas vía Albacete.
La primera
impresión que le causa nuestra tierra no parece muy positiva pues según dice “la aridez de Calasparra me aconseja que
cierre los ojos y dormite un rato”, aunque un poco más allá “en Cieza me despabilo y miro sorprendida el
paisaje. Onduloso, con vastos surcos que semejan el fondo del mar arado por el
oleaje y. estratificado después, recuerda los muertos valles de la luna,
desprovistos de agua y de vegetación. Sólo un nopal se alza del duro suelo, el primer
nopal, que con sus rígidas pencas, dedos de enorme mano verde, señala el rumbo
hacia la región morisca”.
El tren continúa
su marcha y “según nos acercamos á
Murcia, las nubes se disipan, el sol brilla, las gotas llovedizas se evaporan, el
aire se hace seco, ligero, elástico, y trae efluvios de olorosas flores”.
No obstante
parece que nuestra novelista se siente un poco defraudada en sus expectativas
pues no encuentra las imágenes cantadas por Vicente Medina sino que ve que la “tierra es gris y arcillosa, las chumberas palidecen
bajo la capa de resecado polvo”.
Pero conforme se
acerca a Murcia parece que el paisaje va cambiando:
Desde Alguazas, por fin, asoma el lujo de los
fértiles campos, y la vista de los plantíos…
Y ya en la
capital…
A las dos horas de estar en Murcia… comprendí que
allí no hay superfluidad alguna, y que si bien repartida y aprovechada está el
agua del río, lo mismo la vegetación. La morera, alimento del gusano; el
granado con sus pomas cuajadas de rubíes, la palmera coronada de su amarillo
fruto, la parra que presta sombra y cría el racimo de miel, el limonero y el
naranjo que derraman el olor de sus azahares, y también el rosado pimiento y la
escarchada sandía…
Y de las casas
de los huertanos opina:
Por la Huerta conviene andar á pie… Y es preciso registrar,
al través de la puerta abierta siempre, las limpísimas, las pintorescas moradas
de los huertanos. …tan humildes, pero tan pulcras y claras, con sus cacharros
vidriados de colorines, su cántara rezumando, todo en orden, barrido, y allá en
el fondo, pendiente de un clavo, la guitarra...
Tras recorrer la
ciudad y la huerta marcha a Cartagena para volver de nuevo a la capital y acometer
el segundo objetivo de su visita a nuestra tierra, conocer la obra de Salzillo.
La propia
escritora nos confiesa que no le fue fácil la tarea de poder admirar la obra
del genio. Para empezar preguntó en la fonda en la que se alojaba dónde podía
admirar la obra de imaginero y desde allí la mandaron al Museo Provincial donde
no había ninguna de sus obras. Tras más de una hora deambulando por el mueso
alguien la orientó hacia la iglesia de Jesús Nazareno a donde se dirigió en
coche para ganar tiempo y poder ver los santos antes de que cayese la tarde.
Pero una vez
allí surge una nueva dificultad. Para contemplar las obras de Salzillo hay que solicitar
permiso al Hermano Mayor de la Cofradía que por delegación concede el portero
de la iglesia.
Ya dentro de la
iglesia comprueba que los Pasos están distribuidos en capillas diferentes, y
para mirarlos es preciso trepar por escaleras de madera y tablados de acceso
dificultoso. Algunos se ven libremente pero otros están encerrados, no ya en
hornacinas ni camarines, sino en armarios, cuyos vidrios y barrotes estorban
casi del todo la vista.
Del Prendimiento
dice que “no concibo cosa más bella
que aquel Jesús, que presenta la mejilla al beso de Judas”. Es lo que más
le impresiona de la obra de Salzillo.
También le
impresiona La Oración en el Huerto.
De la Cena, opina que “el conjunto de las figuras es de una expresión y una valentía
extraordinarias”.
En definitiva,
su opinión sobre Salzillo después de admirar su obra es que se trata de un “consumado artista, reflexivo y dueño de los
secretos, y no el realista fiel hasta el servilismo que muchos le creen”.
Cumplidos sus
objetivos en tierras murcianas la autora de “Los
pazos de Ulloa” partió hacia Orihuela y Elche.